Carlos Iaquinandi Castro, redacción de SERPAL.
El pueblo boliviano que en los años 90 libró múltiples batallas contra las expresiones de las políticas neoliberales, fue construyendo una organización y una conciencia popular que tumbó intentos como los de la privatización del agua o la entrega de su riqueza gasífera. En los comienzos del nuevo siglo, quedó en evidencia una confrontación abierta entre dos modelos antagónicos: uno basado en la continuidad del control político por una elite minoritaria para asegurarse a su vez los controles en lo económico y en lo social. Ello les suponía mantener el injusto reparto de la riqueza y de las oportunidades. El otro modelo se presentaba como una forma imprecisa de cambio y transformación, que apuntaba a conseguir el control de los recursos nacionales y a nivelar desigualdades otorgando participación y derechos sociales básicos como educación y sanidad a las masas indígenas y campesinas, hasta entonces ignoradas y marginadas por las clases dominantes.
Nace "el instrumento político"
La expresión política que logró dotar de organización y conciencia a esos sectores sociales mayoritarios fue liderada por un sindicalista de origen indígena y campesino. Sencillo y elemental para la derecha y para los analistas políticos, Evo Morales comenzó su tarea incansable de sumar voluntades y explicar con las palabras justas pero comprensibles para su pueblo, la necesidad de unirse para cambiar ese injusto estado de cosas heredado desde la conquista. Así nació lo que ellos denominaron "el instrumento político"
La fundación del MAS, Movimiento al Socialismo, afrontó el riesgo de transformarse como otras experiencias bolivianas en un partido cuya acción política poco o nada tuviera que ver con sus siglas, como el caso del histórico Movimiento Nacionalista Revolucionario o el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Pero en este caso, la experiencia de lucha popular encontró un liderazgo firme y claro, surgido de sus propias filas que compartió avances y retrocesos y acompañó bloqueos y movilizaciones. Fue Evo quien al referirse a los procesos electorales advirtió que cualquier posibilidad de cambio a través del voto no significaba una apuesta o un cheque en blanco. Que se trataba de ejercer esa posibilidad democrática con todas las limitaciones existentes y sin bajar la guardia, sin desmovilizarse, sin abandonar la implicación ciudadana después de votar. Pero no solo lo advirtió, sino que una vez que ganó las elecciones hace ahora exactamente cuatro años, lo puso en práctica. Y además fue cumpliendo sus compromisos: la nacionalización de los hidrocarburos, convocatoria de la Constituyente, reconocimiento de los derechos indígenas, bono Juancito Pinto para todos los escolares, Renta Dignidad para los mayores, o la extensión de la educación y la sanidad.
Siempre recordó que la fuerza está en el pueblo unido y consciente de sus derechos y sus objetivos. Evo Morales y su vice Alvaro García Linera explicaron que la fortaleza de una posibilidad de cambio estaba en la acumulación social, en la base activa de ese cambio. Por eso no se quedaron en consignas y acciones dirigidas únicamente a los indígenas o a los campesinos, sino que en esta segunda fase del proceso, intensificaron su trabajo con sectores medios y profesionales y entraron en los propios bastiones de la oposición, como Pando o Santa Cruz de la Sierra. El resultado está a la vista. En cuatro años no solo obtuvieron una histórica reelección, sino que aquel significativo apoyo del 53,7% de los votantes, se transformó en un abrumador 63,3% y en la obtención de la mayoría necesaria en la Asamblea Legislativa como para impulsar las leyes y normas que permitan desarrollar los principios de la Nueva Constitución Política del estado aprobada en referéndum a comienzos de este año.
Un camino minado
Lo conseguido en estos primeros cuatro años ha superado las más optimistas previsiones. En el camino quedaron derrotadas las conspiraciones urdidas por las corrientes que se alternaron y se beneficiaron del poder. Conservadores, neoliberales, autoritarios nostálgicos de las dictaduras militares y capataces de las multinacionales extranjeras ensayaron boicots, algaradas violentas, matanzas de campesinos como en Pando, tramas golpistas como en Santa Cruz de la Sierra con sicarios contratados en el exterior, sobornos, difamaciones, o mentiras y manipulación constante a través del control de los principales medios de comunicación. Todo eso y más debieron afrontar las corrientes populares que reconocen el liderazgo de Evo Morales. Esas embestidas que a veces parecían definitivas, fueron fortaleciendo al movimiento popular, que supo sacar enseñanzas de cada choque con quienes pretendían detener los cambios. Cada error tuvo que ser corregido, cada acierto, multiplicado.
Aprendiendo a construir
Esta experiencia nos exige una profunda reflexión a todos aquellos que luchamos por esos cambios necesarios en nuestro continente. A quienes libramos esa vieja batalla por la justicia social, por eliminar desigualdades, por recuperar la soberanía sobre nuestros propios recursos. No para estimular torpes intentos de "copiar" modelos, sino para rescatar los principios básicos de la lucha del pueblo boliviano. Entre ellos, la construcción desde abajo hacia arriba, desde la base social que es el sustento y fuerza natural del cambio. La perseverancia y la paciencia en la tarea política. La sencillez y la humildad ejercida desde el liderazgo, acompañadas por una conducta honesta que se convierte en ejemplo a seguir.
El cambio en manos del pueblo
El pueblo boliviano celebra su victoria. Como dijo Evo Morales, este triunfo electoral "quiere decir que la revolución democrática cultural y social ha dejado de ser una bandera de un partido y se ha convertido en el proyecto político del pueblo boliviano". Será difícil que esas masas indígenas y campesinas que ganaron con su propia lucha espacios de participación y dignidad, acepten un retroceso. El fatalismo histórico y sus corifeos intelectuales y en los medios de comunicación han sido derrotados por la conciencia y la voluntad popular. Pero sería engañoso suponer que este es punto de llegada. Por el contrario, es un punto de partida, donde se multiplicarán los riesgos. Internos para controlar la burocratización y la soberbia o la corrupción desde los cargos públicos. O para mantener la firmeza en encauzar los cambios imprescindibles. Pero también riesgos externos de ese conglomerado de residuos del antiguo sistema que sigue controlando poder económico y mediático, y son los testaferros de multinacionales acostumbradas a "comprar" gobiernos y legisladores. Siempre rechazaron la posibilidad de perder sus privilegios y su control político, económico y social. Ahora saben que esta no es una coyuntura, sino un viraje histórico. Gravemente heridos son más peligrosos. Han sido capaces de recurrir a la violencia cuando no era imprescindible. Ahora puede que la consideren el único camino para evitar su definitivo desplazamiento. Seguramente quienes mejor lo saben son los hermanos bolivianos que han sabido llegar a este memorable seis de diciembre. Ellos han demostrado lo más difícil: que todo es posible cuando hay conciencia y organización popular. A nosotros nos queda apoyarles, conscientes de que su victoria es la nuestra. La de todos los pueblos de América Latina. Y poner en práctica que ese potencial del pueblo boliviano está en la fuerza colectiva, es decir, en la voluntad activa de cada uno de nosotros.
* Por Carlos Iaquinandi Castro,
redacción de SERPAL, Servicio de Prensa Alternativa
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