domingo, 12 de octubre de 2008

12 de octubre: Nada que festejar


Por Eduardo Galeano 

CINCO SIGLOS DE PROHIBICIÓN DEL ARCO IRIS EN EL CIELO AMERICANO
 
El Descubrimiento:
el 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo.
Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe.

En su diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor.

Él no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza en aquellas playas, y el 27 de noviembre profetizó:

Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas.

Y en eso no se equivocó.

Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y creyó que los habitantes de China y Japón eran indios de la India;

pero en eso no se equivocó.

Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado.
Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente.

Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser.
Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos.

Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso.

Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible.

América, ciega de racismo, no las ve.

 

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El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón escribió en su diario que él quería llevarse algunos indios a España para que aprendan a hablar (que deprendanfablar).

Cinco siglos después, el 12 de octubre de 1989, en una corte de justicia de los Estados Unidos, un indio mixteco fue considerado retardado mental (mentally retarded) porque no hablaba correctamente la lengua castellana. Ladislao Pastrana, mexicano de Oaxaca, bracero ilegal en los campos de California, iba a ser encerrado de por vida en un asilo público.

Pastrana no se entendía con la intérprete española y el psicólogo diagnosticó un claro déficit intelectual.

Finalmente, los antropólogos aclararon la situación:

Pastrana se expresaba perfectamente en su lengua, la lengua mixteca, que hablan los indios herederos de una alta cultura que tiene más de dos mil años de antigüedad.

 

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El Paraguay habla guaraní.

Un caso único en la historia universal: la lengua de los indios, lengua de los vencidos, es el idioma nacional unánime.

Y sin embargo, la mayoría de los paraguayos opina, según las encuestas, que quienes no entienden español son como animales.

De cada dos peruanos, uno es indio, y la Constitución de Perú dice que el quechua es un idioma tan oficial como el español.

La Constitución lo dice, pero la realidad no lo oye.

El Perú trata a los indios como África del Sur trata a los negros.

El español es el único idioma que se enseña en las escuelas y el único que entienden los jueces y los policías y los funcionarios.

(El español no es el único idioma de la televisión, porque la televisión también habla inglés.)
Hace cinco años, los funcionarios del Registro Civil de las Personas, en la ciudad de Buenos Aires, se negaron a inscribir el nacimiento de un niño.

Los padres, indígenas de la provincia de Jujuy, querían que su hijo se llamara Qori Wamancha, un nombre de su lengua.

El Registro argentino no lo aceptó por ser nombre extranjero.

Los indios de las Américas viven exiliados en su propia tierra.

El lenguaje no es una señal de identidad, sino una marca de maldición.

No los distingue: los delata.

Cuando un indio renuncia a su lengua, empieza a civilizarse.

¿Empieza a civilizarse o empieza a suicidarse?

 

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Cuando yo era niño, en las escuelas del Uruguay nos enseñaban que el país se había salvado del problema indígena gracias a los generales que en el siglo pasado exterminaron a los últimos charrúas.
El problema indígena:

los primeros americanos, los verdaderos descubridores de América, son un problema.

Y para que el problema deje de ser un problema, es preciso que los indios dejen de ser indios.

Borrarlos del mapa o borrarles el alma, aniquilarlos o asimilarlos:

el genocidio o el otrocidio.

En diciembre de 1976, el ministro del Interior del Brasil anunció, triunfal, que el problema indígena quedará completamente resuelto al final del siglo veinte:

todos los indios estarán, para entonces, debidamente integrados a la sociedad brasileña, y ya no serán indios.

El ministro explicó que el organismo oficialmente destinado a su protección (FUNAI, Fundaçao Nacional do Indio) se encargará de civilizarlos, o sea: se encargará de desaparecerlos.

Las balas, la dinamita, las ofrendas de comida envenenada, la contaminación de los ríos, la devastación de los bosques y la difusión de virus y bacterias desconocidos por los indios, han acompañado la invasión de la Amazonia por las empresas ansiosas de minerales y madera y todo lo demás.

Pero la larga y feroz embestida no ha bastado.

La domesticación de los indios sobrevivientes, que los rescata de la barbarie, es también un arma imprescindible para despejar de obstáculos el camino de la conquista.

 
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Matar al indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso coronel norteamericano Henry Pratt.

Y muchos años después, el novelista peruano Mario Vargas Llosa explica que no hay más remedio que modernizar a los indios, aunque haya que sacrificar sus culturas, para salvarlos del hambre y la miseria.

La salvación condena a los indios a trabajar de sol a sol en minas y plantaciones, a cambio de jornales que no alcanzan para comprar una lata de comida para perros.

Salvar a los indios también consiste en romper sus refugios comunitarios y arrojarlos a las canteras de mano de obra barata en la violenta intemperie de las ciudades, donde cambian de lengua y de nombre y de vestido y terminan siendo mendigos y borrachos y putas de burdel.

O salvar a los indios consiste en ponerles uniforme y mandarlos, fusil al hombro, a matar a otros indios o a morir defendiendo al sistema que los niega.

Al fin y al cabo, los indios son buena carne de cañón:

de los 25 mil indios norteamericanos enviados a la segunda guerra mundial, murieron 10 mil.

El 16 de diciembre de 1492, Colón lo había anunciado en su diario:

los indios sirven para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo que fuere menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres.

Secuestro de los brazos, robo del alma: para nombrar esta operación, en toda América se usa, desde

los tiempos coloniales, el verbo reducir.

El indio salvado es el indio reducido.

Se reduce hasta desaparecer: vaciado de sí, es un no-indio, y es nadie.

 

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El shamán de los indios chamacocos, de Paraguay, canta a las estrellas, a las arañas y a la loca Totila, que deambula por los bosques y llora.

Y canta lo que le cuenta el martín pescador:

-No sufras hambre, no sufras sed.

Súbete a mis alas y comeremos peces del río y beberemos el viento.

Y canta lo que le cuenta la neblina:

-Vengo a cortar la helada, para que tu pueblo no sufra frío.

Y canta lo que le cuentan los caballos del cielo:

-Ensíllanos y vamos en busca de la lluvia.

Pero los misioneros de una secta evangélica han obligado al chamán a dejar sus plumas y sus sonajas y sus cánticos, por ser cosas del Diablo;

y él ya no puede curar las mordeduras de víboras, ni traer la lluvia en tiempos de sequía, ni volar sobre la tierra para cantar lo que ve.

En una entrevista con Ticio Escobar, el shamán dice:

Dejo de cantar y me enfermo.

Mis sueños no saben adónde ir y me atormentan.

Estoy viejo, estoy lastimado.

l final, ¿de qué me sirve renegar de lo mío?

El shamán lo dice en 1986.

En 1614, el arzobispo de Lima había mandado quemar todas las quenas y demás instrumentos de música de los indios, y había prohibido todas sus danzas y cantos y ceremonias para que el demonio no pueda continuar ejerciendo sus engaños.

Y en 1625, el oidor de la Real Audiencia de Guatemala había prohibido las danzas y cantos y ceremonias de los indios, bajo pena de cien azotes, porque en ellas tienen pacto con los demonios.

 

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Para despojar a los indios de su libertad y de sus bienes, se despoja a los indios de sus símbolos de identidad.

Se les prohíbe cantar y danzar y soñar a sus dioses, aunque ellos habían sido por sus dioses cantados y danzados y soñados en el lejano día de la Creación.

Desde los frailes y funcionarios del reino colonial, hasta los misioneros de las sectas norteamericanas que hoy proliferan en América Latina, se crucifica a los indios en nombre de Cristo:

para salvarlos del infierno, hay que evangelizar a los paganos idólatras.

Se usa al Dios de los cristianos como coartada para el saqueo.

El arzobispo Desmond Tutu se refiere al África, pero también vale para América:

-Vinieron.

Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra.

Y nos dijeron:

-Cierren los ojos y recen.

Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.

 

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¿Civilización?

La historia cambia según la voz que la cuenta.

En América, en Europa o en cualquier otra parte.

Lo que para los romanos fue la invasión de los bárbaros, para los alemanes fue la emigración al sur.

No es la voz de los indios la que ha contado, hasta ahora, la historia de América.

En las vísperas de la conquista española, un profeta maya, que fue boca de los dioses, había anunciado:

Al terminar la codicia, se desatará la cara, se desatarán las manos, se desatarán los pies del mundo.

Y cuando se desate la boca, ¿qué dirá?

¿Qué dirá la otra voz, la jamás escuchada?

Desde el punto de vista de los vencedores, que hasta ahora ha sido el punto de vista único, las costumbres de los indios han confirmado siempre su posesión demoníaca o su inferioridad biológica.

Así fue desde los primeros tiempos de la vida colonial:

¿Se suicidan los indios de las islas del mar Caribe, por negarse al trabajo esclavo? Porque son holgazanes.
¿Andan desnudos, como si todo el cuerpo fuera cara?

Porque los salvajes no tienen vergüenza.

¿Ignoran el derecho de propiedad, y comparten todo, y carecen de afán de riqueza?

Porque son más parientes del mono que del hombre.

¿Se bañan con sospechosa frecuencia?

Porque se parecen a los herejes de la secta de Mahoma, que bien arden en los fuegos de la Inquisición.

¿Jamás golpean a los niños, y los dejan andar libres?

Porque son incapaces de castigo ni doctrina.

¿Creen en los sueños, y obedecen a sus voces?

Por influencia de Satán o por pura estupidez.

¿Comen cuando tienen hambre, y no cuando es hora de comer?

Porque son incapaces de dominar sus instintos.

¿Aman cuando sienten deseo?

Porque el demonio los induce a repetir el pecado original.

¿Es libre la homosexualidad?

¿La virginidad no tiene importancia alguna?

Porque viven en la antesala del infierno.

 

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En 1523, el cacique Nicaragua preguntó a los conquistadores:

-Y al rey de ustedes, ¿quién lo eligió?

El cacique había sido elegido por los ancianos de las comunidades.

¿Había sido el rey de Castilla elegido por los ancianos de sus comunidades?

La América precolombina era vasta y diversa, y contenía modos de democracia que Europa no supo ver, y que el mundo ignora todavía.

Reducir la realidad indígena americana al despotismo de los emperadores incas, o a las prácticas sanguinarias de la dinastía azteca, equivale a reducir la realidad de la Europa renacentista a la tiranía de sus monarcas o a las siniestras ceremonias de la Inquisición.

En la tradición guaraní, por ejemplo, los caciques se eligen en asambleas de hombres y mujeres -y las asambleas los destituyen si no cumplen el mandato colectivo.

En la tradición iroquesa, hombres y mujeres gobiernan en pie de igualdad.

Los jefes son hombres;

pero son las mujeres quienes los ponen y deponen y ellas tienen poder de decisión, desde el Consejo de Matronas, sobre muchos asuntos fundamentales de la confederación entera.

Allá por el año 1600, cuando los hombres iroqueses se lanzaron a guerrear por su cuenta, las mujeres hicieron huelga de amores.

Y al poco tiempo los hombres, obligados a dormir solos, se sometieron al gobierno compartido.

 

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En 1919, el jefe militar de Panamá en las islas de San Blas, anunció su triunfo:

-Las indias kunas ya no vestirán molas, sino vestidos civilizados.

Y anunció que las indias nunca se pintarían la nariz sino las mejillas, como debe ser, y que nunca más llevarían aros en la nariz, sino en las orejas.

Como debe ser.

Setenta años después de aquel canto de gallo, las indias kunas de nuestros días siguen luciendo sus aros de oro en la nariz pintada, y siguen vistiendo sus molas, hechas de muchas telas de colores que se cruzan con siempre asombrosa capacidad de imaginación y de belleza: visten sus molas en la vida y con ella se hunden en la tierra, cuando llega la muerte.

En 1989, en vísperas de la invasión norteamericana, el general Manuel Noriega aseguró que Panamá era un país respetuoso de los derechos humanos:

-No somos una tribu -aseguró el general.

 

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Las técnicas arcaicas, en manos de las comunidades, habían hecho fértiles los desiertos en la cordillera de los Andes.

Las tecnologías modernas, en manos del latifundio privado de exportación, están convirtiendo en desiertos las tierras fértiles en los Andes y en todas partes.

Resultaría absurdo retroceder cinco siglos en las técnicas de producción;

pero no menos absurdo es ignorar las catástrofes de un sistema que exprime al hombre y arrasa los bosques y viola la tierra y envenena los ríos para arrancar la mayor ganancia en el plazo menor.

¿No es absurdo sacrificar a la naturaleza y a la gente en los altares del mercado internacional?

En ese absurdo vivimos; y lo aceptamos como si fuera nuestro único destino posible.

Las llamadas culturas primitivas resultan todavía peligrosas porque no han perdido el sentido común.

Sentido común es también, por extensión natural, sentido comunitarios.

Si pertenece a todos el aire, ¿por qué ha de tener dueño la tierra?

Si desde la tierra venimos, y hacia la tierra vamos, ¿acaso no nos mata cualquier crimen que contra la tierra se comete?

La tierra es cuna y sepultura, madre y compañera.

Se le ofrece el primer trago y el primer bocado;

se le da descanso, se la protege de la erosión.

El sistema desprecia lo que ignora, porque ignora lo que teme conocer.

El racismo es también una máscara del miedo.

¿Qué sabemos de las culturas indígenas?

Lo que nos han contado las películas del Far West.

Y de las culturas africanas, ¿qué sabemos?

Lo que nos ha contado el profesor Tarzán, que nunca estuvo.

Dice un poeta del interior de Bahía:

Primero me robaron del África.

Después robaron el África de mi.

La memoria de América ha sido mutilada por el racismo.

Seguimos actuando como si fuéramos hijos de Europa, y de nadie más.

 

 

Extractos tomados de:

Eduardo Galeano, "Ser como ellos y otros artículos", Siglo Veintiuno Editores, México, 1992

Fotografía: "La anciana sabia", Claudia Vico, Agenda de las Mujeres, Argentina.

1 comentario:

Jack Torrance dijo...

interesante posteo el de hoy, hay q reflexionar, basta de mentiras!