Por Guillermo Alvarado
Un grupo de prisioneros mapuches lleva más de un mes en huelga de hambre en cárceles chilenas, para llamar la atención local e internacional del clamor por la devolución de sus territorios ancestrales y el rechazo a las políticas encaminadas a la desaparición de su pueblo, sea por la asimilación cultural o por la eliminación física.
Criminalizados por la justicia e invisibilizados por los medios de comunicación, esta comunidad originaria ha sido víctima durante cinco siglos de persecuciones injustas y el despojo sistemático de sus riquezas naturales.
Rebeldes por naturaleza, los mapuches simbolizaron la resistencia contra la conquista y la colonia y fueron exaltados por su valor aún por los mismos cronistas españoles, como Alonzo de Ercilla en "La Araucana" donde los califica como gente "tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa que no ha sido por rey jamás regida ni a extranjero dominio sometida".
Tal figura, sin embargo, pronto resultó incómoda para las nuevas clases dominantes, herederas del pillaje y los beneficios de la colonia, a quienes nada convenía menos que un pueblo dispuesto a todo para defender sus derechos, cultura y recursos.
Así, de rebeldes e insumisos se les pasó a considerar "bárbaros e incivilizados" y ya en la segunda mitad del siglo XIX, según el investigador en derechos humanos y trabajador social Eduardo Mella Saguel, en el imaginario popular se sembró su presencia como una amenaza sombría, un peligro para el resto de la sociedad.
El siglo XX no fue una excepción. Pronto se asoció la protesta de los mapuches por el robo de sus tierras con el bandidaje, el cuatrerismo, y, en la segunda mitad de la pasada centuria, con la sublevación y la insurgencia de izquierda contra los regímenes conservadores.
Tras el golpe de Estado que puso fin a la tregua del gobierno socialista de Salvador Allende e inauguró la dictadura pinochetista, la causa mapuche sufrió la más dura y brutal represión que muy poco, o casi nada, cambió durante la llamada concertación.
Prueba de ello es la aplicación a sus líderes en la actualidad de la absurda Ley Antiterrorista, una secuela aún viva de Pinochet. Esta espuria legislación permite que contra ellos se utilicen testigos sin rostro, que no puedan beneficiarse con la libertad provisional y que sean castigados con largas condenas de prisión sin tener, casi, acceso a la defensa.
En base a ella sus familiares son hostigados, sus viviendas allanadas, sus poblados militarizados. Tras siglos de difundirse sobre ellos estereotipos estigmatizantes, llamándolos bandidos, cuatreros, incendiarios y violentos, ahora son considerados terroristas, una amenaza para todo el Estado chileno, por el simple acto de reivindicar su territorio ancestral y el respeto a su cultura, su idioma, su historia y su modo de organización social.
Para colmo, su tenaz resistencia, como el prolongado ayuno que tiene a varios de sus dirigentes en situación crítica, es ignorada por la gran prensa nacional e internacional, que les ha impuesto una condena más, la del silencio: si no sales en los medios, no existes, por justa que sea tu causa y valederos tus argumentos.
Ante tanto coraje y tanta injusticia, no puede uno menos que recordar a Caupolicán, el guerrero mapuche, mitad leyenda, mitad historia, semilla del orgullo de este pueblo, aquel del que un día escribió, con palabras que quisiésemos que fuesen proféticas otro gran hijo de nuestra América, Rubén Darío, quien dijo "Por casco sus cabellos, su pecho por coraza, / pudiera tal guerrero, de Arauco en la región, /lancero de los bosques, Nemrod que todo caza, /desjarretar un toro, o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día, / le vio la tarde pálida, le vio la noche fría, /y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán…./La aurora dijo: «Basta», / e irguióse la alta frente del gran Caupolicán"
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